Metz (La[2] de Apolo, Barcelona, 15-02-2013)
A parte de ser el nombre de una ciudad de Francia que no conozco, a partir de ahora la palabra Metz tendrá otra acepción en mi diccionario personal, como sinónimo de contundencia y brutalidad musical. Estábamos advertidos: colegas de Madrid que nos recomendaban llevar, ya no tapones, sino los oídos de repuesto, y un disco de presentación que carece completamente de mesura y pausa, auguraban una tormenta perfecta de distorsión, ruido y gritos para más o menos las 21:30 de ayer viernes sobre la sala pequeña del complejo Apolo. Pero el trío canadiense de punk post-hardcore Metz pareció más bien la aparición, espontánea y fugaz, del mismo meteorito que se paseó por la mañana por el centro de la Rusia. Chinarros de dos a tres minutos cayeron uno tras de otro, con la entera complicidad del grueso del público, en una bacanal de furia y energía explosiva desatada. Pero estos no dejaron estela en el cielo.
Pese a tenerlos confirmados para el festival, Primavera Sound no ha podido resistir la tentación, ni ha querido dejar pasar la oportunidad de hacernos disfrutar de esta banda en la caldeada atmósfera de un club, donde probablemente el impacto de su onda expansiva sea más rotundo. Porque los Metz golpean sin piedad, con saña y alevosía, en una actuación enajenada que, por intensa y acelerada, no puede durar más de 50 minutos. Son el camino más rápido y directo que va del punto A al B, pero son también de los que se encargan de dejar muy claro en su descarado planteamiento que les importa un carajo el punto C, el D y el resto del abecedario. En ese sentido, la velocidad no es excusa para la limitación; por lo que al final, durante cualquiera de sus canciones, uno sabrá siempre dónde o cómo van a acabarla. Tal vez es lo malo de todo lo agresivo: que siempre es muy evidente cuál es su objetivo, restándose en misterio y encanto.
Metz en directo, además, tuvo ciertas semejanzas con aquel sexo adolescente que todos hemos padecido o degustado en su día: de una duración sensiblemente inferior a lo habitual, se basó en una mecánica binaria y tosca, sin márgenes para la sutileza, que parecía más el fruto de las ganas que del amor. Brusco y sin recursos más allá de lo evidente, fue un ejercicio de desahogo instrumental de los que no dejan poso después del orgasmo. Ni siquiera fue un primer polvo, que al menos se recuerda con cariño. No obstante, la capacidad omnívora del oído humano puede acoger también, y en ocasiones hasta de buen grado, los intentos como el de Metz de materializar un sonido tan exagerado, incluso más allá de los veinte. El problema es cuando se transforma en una carrera cuesta abajo, sin frenos por una pendiente aguda, donde cada nota es un ruido más del descalabro.
En cualquier caso, creo que no sería justo decir que hicieron un mal concierto: en lo suyo, que es tan respetable como cualquier otra manifestación artística, parece que ofrecieron lo que el público había venido a recibir. Tal vez en el arranque, como pasa con el despegue de cualquier viaje de avión, la gente se mantuvo tranquila y comedida, pero una vez en el aire empezaron los pogos y los empujones, y la sensación de riesgo dio pie al establecimiento irrevocable de una atmósfera típicamente nihilista y punk. Y, al parecer, no le supo a poco a nadie. Normal: pues a juzgar por el ritmo de deshidratación de Alex Edkins, guitarrista y frontman de la banda, otra hora con Metz habría acabado, o con ellos, o con el público. Me pregunto qué harán cuando su material aumente por encima de su capacidad energética.
Los canadienses, de cualquiera de las maneras, surten el efecto que prometen. Tal vez no todos los amantes de la música se puedan considerar devotos de este estilo, puede que a muchos ni siquiera les guste. Pero lo importante, en un mundo que se quiere autoproclamar heterogéneo, libre y tolerante, es que para los seguidores del punk, del hardcore, y de la música bestia en general, los Metz significan una fuente renovada de adrenalina y desahogo, una nueva tuerca ardiente a la que aferrarse. Imaginaros la ingente cantidad de energía lumínica que produjo la desintegración del meteorito ayer, desaprovechada por no haberlo sabido prever. Una fuente increíble de energía fugaz, casi instantánea: así fueron los Metz anoche en directo.
Fotos de Pablo Luna Chao.