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Standstill – Standstill

Pocas veces tiene uno la oportunidad de encontrar discos que le toquen tan profundo, pero antes que nada hay que situar el contexto. Standstill ya eran una banda acreditada a nivel internacional: sus dos primeros discos, The ionic spell (2001) y Memories collector (2002), fueron aclamados por toda Europa, lo que les permitió pasear su emocore por Francia, Alemania, Holanda o Bélgica con gran éxito de crítica y público. Pero Standstill siempre se han ido abriendo a formas muy diversas de ver la música, y eso queda reflejado en su nuevo lp, cuyo título homónimo sin duda se justifica en cuanto supone una reinvención del grupo. Esta última vuelta de tuerca les hace mucho más accesibles, ampliando su espectro a la vez que les permite crecer como músicos.

Se puede hablar de las letras, que abandonan el inglés de sus anteriores entregas para, en español, hacer su mensaje mucho más directo. Pero no es sólo notable un cambio estructural tan importante a estas alturas, lo es mucho más el uso que hacen de él. El magnífico castellano que podemos escuchar está lleno de matices, de juegos sonoros sin rimas fáciles; todo sugiere escenas crudas de un vigor inigualable, pero siempre prestándose a multitud de interpretaciones. Por supuesto que esto no sería nada sin las cada vez más impresionantes dotes vocales de Enric, que es capaz de zambullirse en los sentimientos más auténticos y explorarlos tanto con sus registros más sosegados como con sus aullidos más descarnados.

También se puede decir que, pese a que es su disco más calmo y seco, la música sigue siendo muy visceral, reflejando por igual sus temores y sus anhelos. Comparando con sus anteriores trabajos de estudio, la batería y el bajo suenan mucho más como una máquina compacta que en ningún momento se limita a marcar el ritmo, a pesar de que las estructuras se tornan más simples. En su lugar, aportan carácter y refuerzan las impresiones de las agresivas guitarras, que lejos de perderse en florituras ahora que disponen de más espacio, inundan el aire de ruidos melódicos. Todo está repleto de construcciones complejas y completas: todo suena en su sitio, todo suena perfecto.

Pero este intento de análisis sesudo y documentado se queda en absolutamente nada cuando, una tras otra, las canciones se suceden y dejan tras de sí una huella indeleble. Si me levanto y Gafas de buzo se tienden como puentes que unen los distintos temas del álbum; el primero es una tétrica canción de cuna, y el segundo un instrumental corto, sobrio y reposado que nos permite digerir la calidad de lo que hemos ingerido por vía auditiva cuando al disco sólo le quedan un par de cortes. El penúltimo es Gran final, el que más recuerda a su anterior época por el inicio salvaje en el que Enric se deja la voz casi en cada nota. Un par de giros radicales de sentido en la música y la letra acaban dando paso a unos ruidos sintéticos que entierran la última parte instrumental enlazando con 88:88.

La abrumadora cotidianeidad que desprende cierra un círculo perfecto de sensaciones que se abre con la inconmensurable Feliz en tu día, que escenifica pormenorizadamente una forzada celebración que nos hunde en nuestras miserias, con doloroso clímax final: «cántame una canción que me diga lo feliz que estoy». Con La vieja gibellina nos arrancan de ese mundo tan explícito para descargarnos de una sacudida la tensión. El magnífico inicio de G.M., con un bajo sencillo y poderoso que marca las pautas junto a un piano que itera notas consecutivamente, da pie a una terrible violencia implícita en la palabras, que no en la música. En cambio, las continuas paradas en Por todas las cosas dan un envoltorio mucho más agresivo a la sinrazón, a pesar del final en el que bruscamente todo se centra en el vibráfono de Marc Clos.

Por si no fuera suficiente, las entrañas de este Standstill se cimentan sobre dos cumbres que lo convierten en una obra maestra contemporánea. Nos despertamos de aquella atenazante nana con el frenético fraseo de Poema nº3, una historia que trata de amor y autodestrucción, y que nos regala un momento de una intensidad absolutamente demoledora. Nadie se puede quedar impasible ante los desgarrados gritos finales de «no hay dolor», con todos los instrumentos desatados en un esfuerzo coral por invadirnos de rabia y desesperación. Pero no todo puede ser aflicción y desconsuelo, y el delicado comienzo de Cuando da paso a una batería vibrante que emociona desde el mismo momento en que entra, en un tema lleno de épica de lo ordinario que dibuja esperanza alrededor de los cientos de vivencias por las que, a pesar de todo, merece la pena continuar. Desde luego que no es el termómetro por el que regir el disco, pero sí es otro motivo que fundamenta la alegría de haber dado con él.

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