Kiko Veneno es, después de 30 años de carrera, una de las figuras imprescindibles del rock patrio. Una de esas personalidades que aúna a los críticos más conservadores y a los más transgresores, aunque muchas veces no sepamos quienes son unos y quienes los otros. Por algo su álbum Veneno, de 1977, fue considerado mejor disco español de la historia para publicaciones tan dispares como Rockdelux y Efeeme. Dice la gente es tan sólo su décimo disco en 34 años de carrera (“Mis ídolos, Dylan, Serrat, los Rolling, habrán hecho 50 ó 60”) y se le ve en plena forma. Para los que le creían olvidado del rock les deja dos muestras de excepción: la que abre el álbum, La Chispa, o Cuando caiga la noche, que parece sacada de algún disco en solitario de Keith Richards.
La rumba -santo y seña, por otro lado, del músico- es la base principal del disco, donde vuelve a dejar piezas para el recuerdo, como Campeones de la suerte, junto con otras más experimentales, como El duende. También encontramos la versión de Bird on a wire (Pájaro en el alambre) de Leonard Cohen y un excelente final más cercano al pop con Agua de grifo. Todas estas evidencias, junto con las colaboraciones especiales, como la de sus compañeros en G-5 Muchachito, Tomasito y El Canijo (Los Delinqüentes) para El mosquito suicida, contribuyen a conformar uno de los discos más completos de la carrera del músico catalán.
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