Asalto al Distrito 13
Asalto al Distrito 13 – ¿Por qué no?
El título de esta crítica es cualquier cosa menos inocente. Al principio de este moderno remake del clásico de John Carpenter uno se encuentra con que el nombre de una de las productoras es ni más ni menos que Why Not Productions, en castizo «Producciones Por Qué No». Y en esa pregunta debieron de basarse a la hora de enfrentarse a la cinta que nos ocupa.
Porque siendo realistas no hacía falta revisitar ahora un producto tan propio de su época como es la original Asalto a la comisaría del Distrito 13. Obra visionaria en algunos aspectos, aunque aún algo tosca en su realización total, el nihilismo que siempre ha destilado Carpenter campaba rampante en aquellos misteriosos criminales que se lanzaban contra la comisaria sin ninguna razón aparente. Su recuperación del western (específicamente de Río Bravo) con diferentes vestiduras ya era clara y ayudaba a dar a la historia ese halo mítico que siempre tienen las buenas películas del oeste.
Frente a ello ahora nos ofrecen algo mucho más convencional, construido en torno a unos personajes al uso que tienden a situarse en parejas enfrentadas y que están condenados a entenderse para su supervivencia. Por si fuera poco, olvidémonos del mensaje fatalista, aquí los malos tienen motivaciones reales, cara y hasta son gente importante. El panorama puede hacernos pensar a estas alturas que estamos ante un desastre. Pero por suerte no es así.
Y no lo es porque Jean-François Richet ha conseguido un trabajo muy profesional y convicente tras las cámaras. Comprendiendo la naturaleza vacía de pretensiones de la producción y su concepción como un entretenimiento de masas centrado en la acción bien conseguida y la tensión constante, el director sacrifica casi todo a cambio de esas dos bazas. No esperemos nada sorprendente, pero sí un empleo adecuado de los recursos cinematográficos más básicos.
A este respecto cabe destacar ahora el uso de la violencia en la cinta. Directa y cruda, pero muy poco exhibicionista, por momentos Richet logra impactar al espectador con un rodaje casi insustancial. No hacen falta efectos de sonido impresionantes o posicionamientos increíbles de la cámara, solamente una fugaz aparición por la escena y una representación directa, muy poco romántica. Es decir, parece que las balas sean de verdad, algo que se agradece.
Para construir su universo cerrado y en esencia algo claustrofóbico era imprescindible juntar a un buen grupo de actores, y ahí se fue sobre seguro. Los dos principales tienen tanto pedigrí como podamos pedir, ni más ni menos que Ethan Hawke y Laurence Fishburne. Si bien ninguno de ellos realiza uno de sus mejores trabajos, sí que resultan efectivos para mantener el interés del espectador.
A su lado sitúa a un grupo de secundarios bastante extenso. En el terreno femenino tanto Drea de Matteo como Maria Bello muestran palmito y configuran mujeres fuertes en las que poco más hay que rascar. A su lado Aisha Hinds ni siquiera luce nada. Es decir, sin llegar al nivel de la primera versión, aquí de nuevo las mujeres toman un papel totalmente secundario frente a sus compañeros de reparto, algo que no es ni bueno ni malo, pero que hace que las actuaciones del sector femenino del reparto sean, cuanto menos, totalmente ignorables.
En el lado masculino tenemos un trabajo más reseñable. Gabriel Byrne sigue arrastrándose por las pantallas en papeles de malvado arquetípico a los que solamente su experiencia consigue redimir en parte. Brian Dennehy aporta su saber hacer en un papel agradecido, John Leguizamo cumple sobradamente (aunque lejos de sus mejores actuaciones) y Ja Rule resulta totalmente sobrante. En general el resultado actoral es interesante, lejos de altas cotas pero también del ridículo que a veces uno puede ver en estas producciones. El único gran punto negro es Ja Rule, otro de esos cantantes de hip-hop metidos a actores que proliferan tanto desde hace ya unos años y cuya presencia en el mundo cinematográfico resulta tan molesta.
Artísticamente la película resulta neutra hasta grandes extremos. Ni la banda sonora (de Graeme Revell) ni la fotografía conseguirán calar en la memoria de los espectadores, aunque realizan su función sin mayores problemas. Así se muestra un aspecto más de la asepsia que en momentos envuelve a la cinta y que solamente desaparece cuando la acción toma la pantalla.
Película de relativo interés, todos estaremos muy contentos si el resto de remakes anunciados de las obras de Carpenter (con La niebla ya en producción) consiguen mantener este nivel. Abandonar toda pretensión y aprovechar los aspectos más convencionales de la obra original es un pecado menor teniendo en cuenta el batiburrillo casi herético en el que una empresa similar podía desembocar.
Autor: J. Ismael Rodríguez