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[Crónica] Manu Chao (Lisboa, 01/02/25)

Cuando menos se esperaba, el escurridizo Manu Chao lanzó en 2024 su primer álbum en 17 años, Viva Tu. Chao, un iconoclasta en la industria musical, acompañado de un excelente guitarrista, el argentino Matumati y el gallego Miguel Rumbao en los bongos, apareció en el escenario con una risueña sonrisa que mantuvo toda la noche. Con una carrera, pasión y generosidad en el escenario intactas durante más de 40 años, Chao domina su oficio sin problema y sigue siendo una fabulosa bestia escénica. En el público abarrotado en la sala LAV lisboeta- la segunda fecha se anunció tras agotarse rápidamente las entradas de la primera- podías encontrar todos los perfiles y todas las edades, y, aun más esperado, todas las nacionalidades. A mi alrededor, por ejemplo, una familia alemana en primera fila, de la que uno pensaba qué pronto se iba a cansar. Qué equivocado estaba. Viva Tu, principalmente en español, pero también en inglés, francés y portugués, al fin y al cabo, vuelve a demostrar su alcance internacional de Chao. Los colores de América Latina flotaban en el aire, banderas argentinas y camisetas de Maradona. Su espectáculo nunca dura menos de dos horas y se convierte en una mezcla de éxtasis y reflexión armoniosa.

“Si la gente compra mi música, quiero que lo hagan por mi música y no por mis ideas políticas” comentó en alguna entrevista. Realmente las letras están indefectiblemente unidas a su ideología, es prácticamente imposible separarlas salvo, naturalmente, cuando se tratan de canciones universales de amor o desamparo. Las sirenas de la policía impregnaron el set de forma contínua, provocando respuestas estridentes del público. Desde principio a fin, ya fuera con canciones del último álbum como con los clásicos de Clandestino o Próxima Estación: Esperanza, todas las interpretaciones en vivo se extendían generosamente, llenas de finales falsos y estrofas interminables, momento en que el trío instigaba al público para comenzar de nuevo. Al igual que ocurre con alguno de sus discos, especialmente Clandestino, la repetición como paradigma difumina la distinción entre las canciones, creando una atmósfera de auténtica fiesta «hasta el infinito», como clamaba cada vez que anunciaba en falso el final inminente de la celebración. E incluso cuando el reggae sonaba relajado, Chao ya se aseguraba de acelerar el ritmo de forma repentina para volver a encender los ánimos de la multitud. Lo dicho, maestro en su oficio. No hay secretos: Manu Chao ofrece canciones extremadamente sencillas pero llamativas y efectivas, accesibles a cualquier público, y sin embargo en ellas mantiene vigente la misma indignación que 30 años atrás, pero también el mismo espíritu de optimismo y energía positiva que supo contagiarnos con convicción durante toda la noche.

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