Standstill – Adelante Bonaparte
Cuatro años han pasado desde que Standstill gritara aquello de Vivalaguerra (Buena Suerte, 2006) y nos contaran batallas diarias y terrenales, las más duras y satisfactorias, entre sonidos de platos, vasos y cucharas. Apoyado en unos directos demoledores –que aún siguen manteniendo-, la banda se instaló en una posición donde el pasado se convertía definitivamente en historia y el presente aparecía como lo más real y explosivo. Con Adelante Bonaparte (Buena Suerte, 2010) continúan una búsqueda que creemos no tendrá fin, pero que, de la misma forma, va dejando por el camino momentos brillantes y necesarios. Como si de un Johnny Cárter se tratara –ese trasunto de Charlie Parker protagonista del genial relato de Cortázar-, Enric Montefusco y su tripulación, Los Perseguidores, se rebelan ante cualquier obstáculo vestidos únicamente con las banderas del inconformismo, la tensión, la excitación. En esta ocasión deciden publicar una obra que cede parte del protagonismo a una historia lineal –lo de conceptual ya estaba también en Vivalaguerra, guste o no la palabreja-, definida como fábula circular y dividida en tres EPs para diferenciar entre unos actos -introducción, nudo y desenlace- que pocos consiguen transgredir con fortuna.
El cuento, bien sencillo y típico, está construido a base de textos directos que dejan poco espacio para la imaginación; apartando a un lado la niebla de su anterior trabajo, Standstill optan por escribir Los premios una vez entregado su Rayuela –por seguir dando la vara con el escritor argentino-, aunque con éstos, y eso es lo mejor, nunca se sabe. Si bien es cierto que cada una de las secciones resulta meritoria, es la primera parte, Algunos recuerdos significativos de B., la que consigue desarmarnos por completo una vez más. Todo lo que representan Standstill, lo que han llegado a conseguir hasta el momento, se encuentra ahí, dentro de ese batiburrillo que mezcla melancolía, tecnología y nervio despiadado. El resto es un precioso mar calmado, perfecto para navegar, pero que no soporta la deslumbrante capacidad emocional del primer acto -acojonante ese orgásmico final de Cosquillas no enlazado a Vida normal-.
Y así vamos viendo cómo B., al que le gustan las niñas y los fuegos artificiales, se inventa planes de escape hacia adelante mientras entona una “oración de mierda para emocionar”, para posteriormente tumbarse junto a un hacha y gritar que no, que no son abracadabra o ábrete sésamo las fórmulas a recitar, sino necesidades de primer orden como el cariño, el respeto y la atención. Lo mismo, por cierto, que uno puede sentir hacia este grupo tras empacharse con gusto de su último libro sonoro.
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